Y un día los rallyes llegaron a nuestras vidas…

| 11/09/2015
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Una tragedia como la del pasado fin de semana en Coruña es algo que este deporte nunca va a poder olvidar; un lastre demasiado doloroso que no merecía nadie, que puede dar para mucho debate -aunque a veces sea vacío y circule por derroteros que sólo llevan al enfrentamiento- pero que sobre todo debe reafirmarnos en la convicción de que, por encima de organizaciones, agentes del orden y demás, somos nosotros mismos los encargados de velar por nuestra propia seguridad y convertir la experiencia en un momento inolvidable.

Frente a esta cara tan amarga de los rallyes, y con el recuerdo de las siete víctimas en nuestras mentes, creemos que ahora más que nunca hay que recordar los muchos lados bonitos de esta especialidad de motor; ¿por qué no esa primera experiencia que como espectadores muchos de vosotros también habéis vivido un día cualquiera, en un tramo cualquiera de los centenares de rallyes que se han celebrado en nuestro país en las últimas décadas?… ¿o que incluso alguno vivirá este fin de semana en alguna de las muchas pruebas que se celebren?.

Aquí van las nuestras vivencias, pero os invitamos a que vosotros también participéis rememorando vuestro día especial en el que un coche de rallyes os dejo la sangre helada y el corazón a mil. Ese momento en el que descubristeis que este deporte te daba lo que no otros no consiguen…

 

«ESTRENO» A LO GRANDE

1989. Tenía 12 años cuando mi padre dijo que esa noche nos íbamos todos al tramo de El Vellón, ya que se celebraba el Rallye Valeo y había que verlo. Mi madre, que ya sabía de qué iba el tema, nos abrigó a muerte -a mí y a mis dos hermanas pequeñas- hizo caldo, lo metió en un termo y nos preparó para pasar la fría madrugada en una cuneta.

Yo no tenía ni idea de qué podía ir todo aquello. Había oído a mi padre hablar durante toda la vida de pilotos y de rallyes, claro, hasta había estado varias veces en el circuito de El Jarama. Pero en aquel momento sólo sabía que tenía sueño y que la temperatura no era muy recomendable para estar a la intemperie. Y entonces pasó. Una parrilla de faros empezó a acercarse a toda velocidad acompañada de un rugido sordo que se te metía en las tripas para no salir jamás. Apenas alcancé a distinguir las manchas de color del coche. Me volví hacia mi padre y le pregunté: «¿Quién conduce así?». «Carlos Sainz. Es el mejor, ya verás, va a ser campeón del mundo», me respondió.

Un año más tarde, celebró aquel primer título del madrileño con champán en el salón de casa y lo convirtió en uno de los recuerdos más racing de mi vida. Mi padre jamás llegaría a conocer a su ídolo o a verlo ganar el Dakar. Pero habría estado muy orgulloso de ser su fan número uno.

(Noemí Alonso)

 

A MI MANERA

Los 80. En mi caso no tuve ningún mentor, nadie de mi familia o amigos era aficionado a los rallyes, así que me metí en esto yo solito. Mi primer recuerdo fue a principios de los 80, no se exactamente el año. Vivía en Ferrol y recuerdo un parque cerrado en la Plaza de Armas cuando aún podía resistir el peso de unos cuantos coches encima. Lo que más me impactó fue un coche, un Alpine A310, no recuerdo el piloto, pero si esa imagen y la sensación de esto mola.

Luego empecé a seguir los rallyes por las revistas hasta que pude empezar a asistir a las pruebas cercanas, Ferrol, Coruña, Lugo. Largas discusiones sobre quien era mejor, si Castrillón o Senra y esa sensación de ver los coches al límite por carreteras por las que acababas de pasar dando valor a lo que hacían los pilotos. Poco a poco me metí en este mundo y ahora hasta soy mentor…

(Oscar Reixa)

 

EL MEJOR ENGAÑO DE MI VIDA

Podría tener 16 o 17 años cuando me llamaron mis amigos para subir a las doce de la noche al puerto de Mira Sierra en pleno invierno para ver unas pasadas de un rallye. Como no sé decir que no, pues dije que si. Y para allá fuimos. Ocho personas en un Toyota Land Cruiser, bocadillos y Cocacolas de menú, chaqueta y bufanda y botas.

¡Qué mal lo pasé! ¡Qué frío! ¿Por qué grita la gente? ¿Que tengo que subirme a esa piedra? ¿Y luego cómo bajo? ¡Me voy a matar! La nieve por los tobillos y yo preguntándome quién me mandaría a mi. De verdad que fue horrible…

Pero lo cierto, es que pocos años después, con la carrera de periodismo ya empezada, me engañaron, y fue el mejor engaño de mi vida. Mi padre llevaba ya años al frente del equipo Suzuki, pero siempre iba solo desde casa a las carreras. Y un día se le ocurrió preguntarme: «Maca, te quieres venir conmigo al Rallye de Santander?» Se me pusieron los ojos como platos y accedí sin pensármelo.

Allí aparecí, en el Sardinero alucinada y deseando disfrutar del rallye para olvidar mi primera catastrófica experiencia en esto. Pero lo que no me habían dicho era que, cuando llegase allí y «aprovechando la coyuntura» (la coyuntura, si… Me engañaron como a un chino), me iban a poner delante de una cámara para entrevistar a pilotos y narrar la carrera.

¡Et voilá! Aquí estamos. Cuatro años después ansiando que llegue cada rallye, preparando cada viaje como si fuera el último, con montones de amigos nuevos, experiencias, risas, lágrimas, agobios, entradas, salidas… El mejor engaño de mi vida.

(Macarena López)

 

CASI DE REBOTE

El año ni lo recuerdo. Sé que en casa mi madre tenía un conocido que corría en rallyes, Antonio Costas, que por entonces participaba en la Copa Seat 127. Por aquello de que era amigo y demás, en una de las ediciones del Rallye Rías Baixas, que pasaba cerca de nuestra casa, nos acercamos toda la familia a verlo.

Era el tramo de San Antoniño, pero no hizo falta que llegase el tal Antonio -ya fallecido- El primer participante, Beny Fenernández, apareció con aquel Porsche 911 SC que me dejó completamente loco. Desde ese momento supe que este deporte tenía algo especial…

(Kike Salgueiro)

 

LANCIA, SIEMPRE LANCIA
1988. Mis inicios, y seguro que también el de muchos de vosotros, llegaron por la vía familiar. Primos vinculados a este deporte, en concreto a la Escudería Rías Baixas, que terminaron por arrastrarme aquel año en el que se celebraba la 24ª edición de ese rallye, puntuable entonces -espero no equivocarme- para la Copa de España. A mis casi trece años y con la inocencia de un tipo que no tenía ni idea de qué iba todo aquello, me ficharon para el equipo de montaje de parques de asistencia y reagrupamientos; la justa contraprestación por la que, en algún momento del día, iba a tener la oportunidad de acercarme a un tramo y ver de qué iba todo aquello que hasta ese instante solo había visto en algunas fotos de revistas.

La oportunidad surgió, pero que nadie me pregunte de qué tramo se trataba porque apenas minutos después de llegar a aquella curva de izquierdas en subida, un flash borró toda la información secundaria de mi memoria. Y es que de la nada llegó hacia nosotros la espectacular silueta del Lancia 037 que pilotaba el canario Medardo Pérez -ya veis con qué coches me estreno-. Una nave espacial patrocinada por Lucky Strike cuyo sonido, ahora tan característico, nunca había escuchado en mi vida. Medardo pasó por delante nuestra y salió zumbando, de lado y mostrando la que personalmente creo que es la parte más porno de este vehículo.

La cara de flipado que tenía debía ser tal que hasta el responsable de nuestro equipo de trabajo -un gran conocedor de los rallyes y su parte ténica, todavía en activo- me soltó un pescozón para devolverme a la realidad mientras con su sonrisa pícara -regalaba pocas, la verdad- me espetó: «¡qué, chaval! esto que has visto no se te va olvidar en la puta vida…

(Juan Carlos Varela)

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