Robert

| 07/02/2011

Ayer era uno de esos soleados domingos de invierno que invitan a degustar un arroz negro en la Barceloneta o el Puerto Olímpico de la Ciudad Condal. Mis hijos corrían en la carrera anual que organiza anualmente su colegio y yo estaba sentado delante de la misma pantalla que ahora cuando el aviso de un amigo por el Messenger me daba la noticia del accidente de Robert Kubica.

No pensaba que fuera de mucha gravedad, pero una búsqueda en Google me confirmaba que desgraciadamente pronto iba a ser noticia en los telediarios. Yo creía que después de su espectacular accidente en el GP de Canadá de 2007 donde tan solo la célula de seguridad de su BMW salvó milagrosamente su vida saliendo del mismo con apenas un esguince de tobillo, un aurea protectora rodeaba su persona, no sé si gracias a alguien desde allá arriba o que yo en mi subconsciente le había incluido entre esos héroes de Marvel con poderes especiales. Pero las llamadas de algunos amigos y pilotos a sabiendas de los lazos que me unen con el piloto polaco pronto me hicieron dar de bruces con la realidad. Esperaba verle en la salida del Rally de Montecarlo en Valence para llevarle mi último libro, pero su decisión a última hora de no participar pospusieron nuestro encuentro hasta los test de Montmeló a finales de febrero.

Algunos pueden preguntarse qué puede llevar a un piloto de Fórmula 1 como Robert a correr rallyes, por qué no decirlo de tercera división, incluso al volante como en las pruebas precedentes al Ronde di Andora, de vehículos con los que ni siquiera aspiraba al triunfo absoluto. Era, simplemente, la pasión por correr y eso pese a mi larga profesión juntando letras que diría alguno, yo no sé traducirlo en palabras. Es algo que se lleva dentro, aunque sí lo comprendo y entiendo al igual que lo han hecho los responsables del equipo Renault para seguir contando con uno de los mejores pilotos de F-1, además de una excelente persona. Simplemente Robert lo necesitaba para seguir siendo él mismo.

Hoy, casi veinticuatro horas después parece que su mano no corre el mayor de los peligros, pero su temporada 2011 al volante del prometedor Renault R31 parece comprometida, si no su carrera deportiva. Pero muchos quizá no recuerden que en el año 2003 Robert tuvo que posponer su debut en la Fórmula 3 al sufrir un accidente de tráfico no siendo hasta la cita en el circuito alemán de Norisring cuando el piloto de Cracovia se presentó en la salida dentro de su monoplaza con una prótesis de plástico y con dieciocho tornillos de titanio en su hombro derecho, sí: 18, logró ganar la carrera utilizándolo solo para cambiar.

Y yo creo en los milagros…

Robert junto a Adrián, mi hijo e Yvonne, mi mujer, cuando le entregué el libro con su prólogo en febrero del año pasado en Montmeló

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