«C’est le Dakar, patron»… y otras historias

| 04/01/2015
Nani Roma, Dakar 2015.

La carrera por etapas más dura del mundo, mágica y cruel a partes iguales, te engancha para siempre. A lo largo de estos días vas a leer y a oír todos los tópicos acuñados sobre el Dakar y ninguno, por repetido, dejará de ser cierto. Y el que mejor lo resume es el famoso «c’est le Dakar, patron«, la frase que más se ha escuchado a lo largo de la historia de la prueba. «Esto es así, ya sabías a lo que venías».

Este año no ha esperado a las jornadas finales, cuando fallan las fuerzas y los coches empiezan a mostrar puntos flacos tras serpentear miles de kilómetros entre arena y piedras. No es habitual el primer día y, aún menos, aplicada al vehículo del favorito, del campeón dispuesto a defender su corona. Aplicada al Mini de Nani Roma, que ayer sonreía, como hace siempre que habla de la cita que representa una vida. El guión aquí nunca sigue la lógica.

Así, las apuestas para un vencedor se amplían cuando aún no se han disputado las extenuantes etapas maratón, temidas por todos -especialmente, por los más expertos-, o las jornadas en las que los cordones de dunas se suceden hasta hacerte dudar de tu nombre. Aguardan su turno: los organizadores del Dakar incrementan la dureza del recorrido en cada edición intentando suplir el espíritu que falta desde que la carrera abandonó África.

No nos engañemos; en Sudamérica estamos ante un evento despiadado, el mayor desafío que puede afrontar un amante de este deporte. Pero es en el continente olvidado donde nació y donde tiene su sentido, donde la extensión del desierto te pone realmente a prueba. La mayoría de los pilotos declina pronunciarse cuando preguntas «¿África o América?». Como si les dieras a elegir entre papá y mamá, sonríen tímidamente, se encogen de hombros y responden con un: «cada uno en su estilo». Pero uno de ellos me explicaba este verano que en Argentina, Bolivia o Chile sabes que siempre hay una pista a 20, 30 o 40 kilómetros que te llevará de vuelta a la civilización. En Mauritania o Malí, esa certeza no existía. Ahí está la diferencia. La aventura.

Por desgracia, la situación sociopolítica en estas regiones africanas hace imposible garantizar la seguridad de una caravana de 3.000 personas y la organización de la prueba no puede asumir ese riesgo. Tampoco quiere comprometer los enormes beneficios económicos que ha encontrado «al otro lado del charco», desde luego. Sigue enviando parte de ellos a África en forma de material escolar y médico, hay fundaciones que continúan la labor comenzada hace 37 años. Entonces, los tópicos eran otros: se oían voces de los que nunca habían estado allí hablando de esta prueba como «una carrera de niños ricos por el desierto», los ecologistas la atacaban esgrimiendo las emisiones -un sólo GP de F1 genera más CO2 que un Dakar entero- y, especialmente, el trastorno para la población, la misma que recibía la cita como una fiesta. Los niños te explicaban emocionados que ese día no había clase. Los adultos aclaraban que se generaba comercio y que con el alquiler de una casa durante dos noches su familia subsistía un año. ¿Excentricidad? Por favor, no me contéis historias.

 

 

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